12 de febrero 2025 “El nacimiento de Jesús y la visita de los pastores” Motivo de Esperanza. Audiencia Jubilar Papa Francisco. Aula Pablo VI. ¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
En nuestro camino
jubilar de catequesis sobre Jesús, que es nuestra esperanza, hoy nos detenemos
en el acontecimiento de su nacimiento en Belén.
El
evangelista Lucas nos cuenta que, apenas concebido, fue desde Nazaret hasta la
casa de Zacarías e Isabel; y luego, al final del embarazo, de Nazaret a
Belén para el censo. María y José se vieron obligados a ir a la ciudad del rey
David, donde también había nacido José. El Mesías tan esperado, el Hijo del
Dios Altísimo, se deja censar, es decir, contar y registrar, como cualquier
otro ciudadano. Se somete al decreto de un emperador, César Augusto, que se
cree el amo de toda la tierra.
Lucas sitúa el nacimiento de Jesús en «un
tiempo que se puede determinar con precisión» y en «un entorno geográfico
indicado con exactitud», de
modo que «lo universal y lo concreto se tocan recíprocamente» (Benedicto XVI,
La infancia de Jesús, 2012, 77). Dios, que entra en la historia, no
desestabiliza las estructuras del mundo, sino que quiere iluminarlas y
recrearlas desde dentro.
Belén significa «casa del pan». Allí se
cumplieron para María los días del parto y allí nació Jesús, Pan bajado del cielo para saciar el hambre
del mundo (cf. Juan 6,51). El ángel Gabriel había anunciado el nacimiento del
Rey mesiánico con el signo de la grandeza: «He aquí que concebirás en tu seno y
darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será
llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lucas
1,32-33).
Sin embargo, Jesús nace de una forma totalmente
inédita para un rey. De hecho, «mientras estaban en aquel lugar, se le
cumplieron los días del parto.
Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un
pesebre, porque no había sitio para ellos en el albergue» (Lucas 2,6-7). El
Hijo de Dios no nace en un palacio real, sino en la parte trasera de una casa,
en el espacio donde están los animales.
Lucas nos muestra así
que Dios no viene al mundo con sonoras
proclamas, no se manifiesta con clamor, sino que comienza su viaje en la
humildad. ¿Y quiénes son los primeros testigos de este acontecimiento? Son
unos pastores: hombres con poca cultura, malolientes por el contacto constante
con los animales, que viven al margen de la sociedad. Sin embargo, ejercen el
oficio por el que Dios mismo se da a conocer a su pueblo (cf. Génesis 48,15;
49,24; Sal 23,1; 80,2; Isaías 40,11).
Dios los elige para que sean los destinatarios
de la noticia más maravillosa que jamás haya resonado en la historia: «No teman: porque les anuncio una gran
alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un
Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: encontrarán a un
niño recién nacido envuelto en pañales, acostado en un pesebre» (Lucas
2,10-12).
El lugar al que acudir
para conocer al Mesías es un pesebre. Sucede, en efecto, que, después de tanta
espera, «para el Salvador del mundo, para Aquel en vista del cual todo fue
creado (cf. Colosenses 1,16), no hay sitio» (Benedicto XVI, La infancia de
Jesús, 2012, 80). Los pastores se enteran así de que, en un lugar muy humilde, reservado a los animales, nace para ellos el
Mesías tan esperado, para ser su Salvador, su Pastor.
Esta noticia abre sus
corazones al asombro, a la alabanza y a la proclamación gozosa. "A
diferencia de tanta gente que pretende hacer otras mil cosas, los pastores se convierten en los primeros
testigos de lo esencial, es decir, de la salvación que se les ofrece. Son
los más humildes y los más pobres quienes saben acoger el acontecimiento de la
Encarnación» (Carta apostólica. Admirabile signum, 5).
Hermanos y hermanas, pidamos también nosotros la gracia de ser,
como los pastores, capaces de asombro y alabanza ante Dios, y capaces de
custodiar lo que Él nos ha confiado: nuestros talentos, nuestros carismas,
nuestra vocación y las personas que Él pone a nuestro lado. Pidamos al Señor
saber discernir en la debilidad la fuerza extraordinaria del Niño Dios, que
viene para renovar el mundo y transformar nuestras vidas con su proyecto lleno
de esperanza para toda la humanidad. Fuente:
Vatican. Va.