28 de octubre de 2025

Nuevos Caminos de Esperanza para la educación Papa León XIV


28 de octubre 2025 "Nuevos caminos de Esperanza para la educación." Carta apostólica del Papa León XIV. Aniversario de la declaración Conciliar “Gravissimum Educationis”  
El santo Padre, pide preocuparse mucho por la educación de los más pobres.
La siguientes ideas son trascendentales en dicha carta:
 
Debemos preservar la unidad entre la fe y la razón, entre el pensamiento y la vida, entre el conocimiento y la justicia
Los carismas educativos no son fórmulas rígidas: son respuestas originales a las necesidades de cada época.
el maestro auténtico inspira el deseo de verdad, educa la libertad de leer los signos y escuchar la voz interior.
La educación cristiana es un esfuerzo colectivo: nadie educa solo. La comunidad educativa es un «nosotros» donde convergen docentes, estudiantes, familias
 
“Cor ad Cor loquitur” «Es la sinceridad del corazón, no la abundancia de palabras, lo que conmueve el corazón de los hombres».
Educar es una tarea amorosa que se transmite de generación en generación, remendando el tejido desgarrado de las relaciones y devolviendo a las palabras el peso de la promesa
La educación no mide su valor únicamente en función de la eficiencia: lo mide en función de la dignidad, la justicia y la capacidad de servir al bien común
Forma ciudadanos capaces de servir y creyentes capaces de dar testimonio, hombres y mujeres más libres, que ya no están solos
 
La escuela católica es un entorno donde la fe, la cultura y la vida se entrelazan
La educación católica se convierte en fermento en la comunidad humana: genera reciprocidad, supera el reduccionismo y abre a la responsabilidad social
Una universidad y una escuela católicas sin visión corren el riesgo de una eficiencia sin alma
La hiper digitalización puede desestabilizar la atención; la crisis de las relaciones puede dañar la psique; la inseguridad social y la desigualdad pueden extinguir el deseo
Menos etiquetas, más historias; menos oposiciones estériles, más sinfonía en el Espíritu
            Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué.  

A CONTINUACIÓN PUEDES LEER EL TEXTO COMPLETO 
DE DICHA CARTA APOSTÓLICA
 
Preámbulo
 
1.1. Trazando nuevos caminos de esperanza. El 28 de octubre de 2025 se conmemora el 60.º aniversario de la Declaración Conciliar Gravissimum Educationis sobre la suprema importancia y relevancia de la educación en la vida de la persona humana. Con ese texto, el Concilio Vaticano II recordó a la Iglesia que la educación no es una actividad accesoria, sino que constituye la esencia misma de la evangelización: es la forma concreta en que el Evangelio se convierte en gesto educativo, relación y cultura.
 
Hoy, ante cambios rápidos e incertidumbres desconcertantes, ese legado demuestra una resiliencia sorprendente. Cuando las comunidades educativas se dejan guiar por la palabra de Cristo, no retroceden, sino que se renuevan; no levantan muros, sino que construyen puentes. Reaccionan con creatividad, abriendo nuevas posibilidades para la transmisión de conocimiento y significado en las escuelas, universidades, formación profesional y civil, pastoral escolar y juvenil, e investigación, ya que el Evangelio no envejece, sino que hace «nuevas todas las cosas» (Apocalipsis 21,5). Cada generación lo escucha como un mensaje nuevo y regenerador. Cada generación es responsable del Evangelio y de descubrir su poder seminal y multiplicador.
 
1.2. Vivimos en un entorno educativo complejo, fragmentado y digitalizado. Precisamente por eso, conviene detenernos y reenfocar nuestra mirada en la «cosmología de la paideia cristiana»: una visión que, a lo largo de los siglos, ha sabido renovarse e inspirar positivamente todas las facetas multifacéticas de la educación. Desde sus inicios, el Evangelio ha generado «constelaciones educativas»: experiencias a la vez humildes y poderosas, capaces de interpretar los tiempos, de preservar la unidad entre la fe y la razón, entre el pensamiento y la vida, entre el conocimiento y la justicia. En las tormentas, han sido un ancla de salvación; y en las calmas, una vela desplegada. Un faro en la noche para guiar la navegación.
 
1.3. La Declaración Gravissimum Educationis no ha perdido ni un ápice de su fuerza. Desde su recepción, ha surgido un firmamento de obras y carismas que aún hoy guían el camino: escuelas y universidades, movimientos e institutos, asociaciones laicas, congregaciones religiosas y redes nacionales e internacionales. Juntos, estos cuerpos vivos han consolidado un patrimonio espiritual y pedagógico capaz de abarcar el siglo XXI y responder a sus desafíos más apremiantes.
 
Este patrimonio no es rígido: es una brújula que sigue señalando el camino y hablando de la belleza del camino. Las expectativas de hoy no son menores que las muchas que la Iglesia tuvo que afrontar hace sesenta años. De hecho, se han ampliado y se han vuelto más complejas. Ante los millones de niños en el mundo que aún no tienen acceso a la educación primaria, ¿cómo no actuar? Ante las dramáticas situaciones de emergencia educativa causadas por las guerras, las migraciones, las desigualdades y las diversas formas de pobreza, ¿cómo no sentir la urgencia de renovar nuestro compromiso? La educación —como recordé en mi Exhortación Apostólica Dilexi te— «es una de las expresiones más altas de la caridad cristiana». El mundo necesita esta forma de esperanza.
 

2. Una Historia Dinámica
 
2.1. La historia de la educación católica es la historia del Espíritu en acción. La Iglesia es «madre y maestra» no por supremacía, sino por servicio: genera fe y acompaña el crecimiento en la libertad, asumiendo la misión del Divino Maestro para que todos «tengan vida y la tengan en abundancia» (Juan 10,10). Los sucesivos estilos educativos demuestran una visión del hombre como imagen de Dios, llamado a la verdad y al bien, y una pluralidad de métodos al servicio de esta vocación. Los carismas educativos no son fórmulas rígidas: son respuestas originales a las necesidades de cada época.
 
2.2. En los primeros siglos, los Padres del Desierto enseñaron la sabiduría con parábolas y apotegmas; redescubrieron el camino de lo esencial, de la disciplina de la lengua y la custodia del corazón; transmitieron una pedagogía de la mirada que reconoce a Dios en todas partes. San Agustín, injertando la sabiduría bíblica en la tradición grecorromana, comprendió que el maestro auténtico inspira el deseo de verdad, educa la libertad de leer los signos y escuchar la voz interior.
 
El monacato ha llevado esta tradición a los lugares más remotos, donde durante décadas se han estudiado, comentado y enseñado obras clásicas, hasta el punto de que, sin esta labor silenciosa al servicio de la cultura, tantas obras maestras no habrían sobrevivido hasta nuestros días. «Del corazón de la Iglesia», pues, nacieron las primeras universidades, que desde sus inicios se revelaron como «un centro incomparable de creatividad y de irradiación del conocimiento para el bien de la humanidad». 

En sus aulas, el pensamiento especulativo encontró, a través de la mediación de las Órdenes Mendicantes, la posibilidad de estructurarse sólidamente y de expandirse a las fronteras de la ciencia. Numerosas congregaciones religiosas han dado sus primeros pasos en estos campos del conocimiento, enriqueciendo la educación de una manera pedagógicamente innovadora y socialmente visionaria.
 
2.3. Esto se ha expresado de muchas maneras. En la Ratio Studiorum, la riqueza de la tradición escolástica se fusiona con la espiritualidad ignaciana, adaptando un programa de estudios tan complejo como interdisciplinario y abierto a la experimentación. En la Roma del siglo XVII, san José de Calasanz abrió escuelas gratuitas para los pobres, consciente de que la alfabetización y la aritmética son dignidad incluso antes que competencia.
 
En Francia, san Juan Bautista de La Salle, «consciente de la injusticia causada por la exclusión de los hijos de obreros y campesinos del sistema educativo» , fundó los Hermanos de las Escuelas Cristianas. A principios del siglo XIX, también en Francia, san Marcelino Champagnat se dedicó «con todo su corazón, en una época en la que el acceso a la educación seguía siendo privilegio de unos pocos, a la misión de educar y evangelizar a niños y jóvenes».
 
De igual modo, san Juan Bosco, con su «método preventivo», transformó la disciplina en razonabilidad y proximidad. Mujeres valientes, como Vicenza Maria López y Vicuña, Francesca Cabrini, Giuseppina Bakhita, Maria Montessori, Katharine Drexel o Elizabeth Ann Seton, han abierto caminos para niñas, migrantes y los más desfavorecidos. Reitero lo que afirmé claramente en Dilexi te: «La educación de los pobres, para la fe cristiana, no es un favor, sino un deber». Esta genealogía de la concreción testimonia que, en la Iglesia, la pedagogía nunca es teoría incorpórea, sino carne, pasión e historia.
 
3. Una Tradición Viva
 
3.1. La educación cristiana es un esfuerzo colectivo: nadie educa solo. La comunidad educativa es un «nosotros» donde convergen docentes, estudiantes, familias, personal administrativo y de servicios, pastores y sociedad civil para generar vida. Este «nosotros» impide que el agua se estanque en el pantano del «siempre se ha hecho así» y la impulsa a fluir, nutrir e irrigar. El fundamento sigue siendo el mismo: la persona, imagen de Dios (Génesis 1,26), capaz de verdad y relación.
 
Por lo tanto, la cuestión de la relación entre la fe y la razón no es un capítulo opcional: «la verdad religiosa no es solo una parte, sino una condición del conocimiento general». Estas palabras de san John Henry Newman —a quien, en el contexto de este Jubileo de la Educación Mundial, tengo la gran alegría de declarar copatrono de la misión educativa de la Iglesia junto con santo Tomás de Aquino— son una invitación a renovar nuestro compromiso con un conocimiento intelectualmente responsable y riguroso, además de profundamente humano.
 
También debemos tener cuidado de no caer en la iluminación de una fides que se contradice exclusivamente con la razón. Debemos salir de la superficialidad recuperando una visión empática, abiertos a comprender cada vez mejor cómo la humanidad se entiende a sí misma hoy, para desarrollar y profundizar nuestra enseñanza. Por lo tanto, el deseo y el corazón no deben separarse del conocimiento: eso significaría quebrantar a la persona.
 
Las universidades y escuelas católicas son lugares donde las preguntas no se silencian, y la duda no se destierra, sino que se apoya. Allí, el corazón dialoga con el corazón, y el método es la escucha, que reconoce al otro como un bien, no como una amenaza. Cor ad cor loquitur fue el lema cardinal de San John Henry Newman, tomado de una carta de San Francisco de Sales: «Es la sinceridad del corazón, no la abundancia de palabras, lo que conmueve el corazón de los hombres».
 
3.2. Educar es un acto de esperanza y una pasión que se renueva porque manifiesta la promesa que vemos en el futuro de la humanidad. La especificidad, profundidad y amplitud de la acción educativa reside en esa labor —tan misteriosa como real— de «hacer florecer el ser […] es cuidar el alma», como leemos en la Apología de Sócrates de Platón (30a-b). Es una «profesión de promesas»: se promete tiempo, confianza y competencia; se promete justicia y misericordia; se promete la valentía de la verdad y el bálsamo del consuelo. 

Educar es una tarea amorosa que se transmite de generación en generación, remendando el tejido desgarrado de las relaciones y devolviendo a las palabras el peso de la promesa: «Todo hombre es capaz de verdad; sin embargo, el camino se hace muy llevadero cuando avanzamos con la ayuda de otros».  La verdad se busca en comunidad.
 

4. La brújula de Gravissimum educationis
 
4.1. La declaración conciliar Gravissimum educationis reafirma el derecho de todos a la educación e identifica a la familia como la primera escuela de la humanidad. La comunidad eclesial está llamada a promover entornos que integren la fe y la cultura, respeten la dignidad de todos y dialoguen con la sociedad. El documento advierte contra cualquier reducción de la educación a un entrenamiento funcional o a un instrumento económico: una persona no es un “perfil de competencias”, no se reduce a un algoritmo predecible, sino un rostro, una historia, una vocación.
 
4.2. La formación cristiana abarca a la persona en su totalidad: espiritual, intelectual, afectiva, social y corporal. No se opone a lo manual y lo teórico, a la ciencia y al humanismo, a la técnica y la conciencia; exige, en cambio, que la profesionalidad esté impregnada de una ética, y que esta no sea una palabra abstracta, sino una práctica cotidiana. La educación no mide su valor únicamente en función de la eficiencia: lo mide en función de la dignidad, la justicia y la capacidad de servir al bien común

Esta visión antropológica integral debe seguir siendo la piedra angular de la pedagogía católica. Siguiendo el pensamiento de San John Henry Newman, se opone a un enfoque puramente comercial que, a menudo hoy en día, obliga a medir la educación en términos de funcionalidad y utilidad práctica.
 
4.3. Estos principios no son recuerdos del pasado. Son estrellas fijas. Afirman que la verdad se busca en conjunto; que la libertad no es capricho, sino respuesta; que la autoridad no es dominación, sino servicio. En el contexto educativo, no se debe "alzar la bandera de la posesión de la verdad, ni en el análisis de los problemas ni en su resolución" . En cambio, "es más importante saber cómo abordarlos que dar una respuesta apresurada sobre por qué sucedió algo o cómo superarlo. 

El objetivo es aprender a afrontar los problemas, que siempre son diferentes, porque cada generación es nueva, con nuevos desafíos, nuevos sueños, nuevas preguntas". La educación católica tiene la tarea de reconstruir la confianza en un mundo marcado por el conflicto y el miedo, recordando que somos hijos y no huérfanos: de esta conciencia nace la fraternidad.
 
5. La centralidad de la persona
 
5.1. Poner a la persona en el centro significa educar con la visión de largo alcance de Abraham (Génesis 15,5): ayudar a las personas a descubrir el sentido de la vida, la dignidad inalienable y la responsabilidad hacia los demás. La educación no es solo la transmisión de contenidos, sino un aprendizaje de la virtud. Forma ciudadanos capaces de servir y creyentes capaces de dar testimonio, hombres y mujeres más libres, que ya no están solos. Y la formación no se improvisa. Recuerdo con alegría los años que pasé en la querida Diócesis de Chiclayo, visitando la Universidad Católica de San Toribio de Mogrovejo, las oportunidades que tuve de dirigirme a la comunidad académica y decir: «No se nace profesional; cada trayectoria universitaria se construye paso a paso, libro a libro, año a año, sacrificio tras sacrificio».
 
5.2. La escuela católica es un entorno donde la fe, la cultura y la vida se entrelazan. No es simplemente una institución, sino un entorno vital donde la visión cristiana impregna cada disciplina y cada interacción. Los educadores están llamados a una responsabilidad que va más allá de su contrato laboral: su testimonio es tan valioso como sus lecciones. Por ello, la formación docente —científica, pedagógica, cultural y espiritual— es crucial. Compartir una misión educativa común también requiere un camino de formación compartido, «inicial y permanente, capaz de afrontar los desafíos educativos del momento actual y proporcionar herramientas más eficaces para abordarlos [...]. 

Esto implica en los educadores la voluntad de aprender y desarrollar conocimientos, de renovar y actualizar metodologías, pero también de participar en la formación y el intercambio espiritual y religioso». Y las actualizaciones técnicas no son suficientes: debemos fomentar un corazón que escucha, una mirada que anima y una inteligencia que discierne.
 
5.3. La familia sigue siendo el lugar principal de la educación. Las escuelas católicas colaboran con los padres, no los sustituyen, porque «el deber de la educación, especialmente la educación religiosa, les corresponde antes que a nadie». La alianza educativa requiere intencionalidad, escucha y corresponsabilidad. Se construye con procesos, herramientas y evaluaciones compartidas. Es a la vez un trabajo arduo y una bendición: cuando funciona, inspira confianza; cuando falta, todo se vuelve más frágil.
 

6. Identidad y subsidiariedad
 
6.1. Gravissimum educationis ya reconocía la gran importancia del principio de subsidiariedad y el hecho de que las circunstancias varían según los diferentes contextos eclesiales locales. Sin embargo, el Concilio Vaticano II articuló el derecho a la educación y sus principios fundacionales como universalmente válidos. 

Destacó las responsabilidades que recaen tanto sobre los padres como sobre el Estado. Consideró la provisión de una educación que permita a los estudiantes «evaluar los valores morales con buena conciencia» como un «derecho sagrado» e instó a las autoridades civiles a respetar este derecho. También advirtió contra la subordinación de la educación al mercado laboral y la lógica a menudo férrea e inhumana de las finanzas.
 
6.2. La educación cristiana se presenta como una coreografía. Dirigiéndose a los estudiantes universitarios en la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa, mi predecesor, el Papa Francisco, dijo: «Sean protagonistas de una nueva coreografía que ponga a la persona humana en el centro; sean coreógrafos de la danza de la vida». Formar a la persona «completa» significa evitar compartimentos estancos. La fe, cuando es verdadera, no es «materia añadida», sino un aliento que oxigena todas las demás materias. 

Así, la educación católica se convierte en fermento en la comunidad humana: genera reciprocidad, supera el reduccionismo y abre a la responsabilidad social. La tarea hoy es atreverse con un humanismo integral que aborde las preguntas de nuestro tiempo sin perder su fuente.
 
7. Contemplación de la Creación
 
7.1. La antropología cristiana es la base de un estilo educativo que promueve el respeto, el acompañamiento personalizado, el discernimiento y el desarrollo de todas las dimensiones humanas. Entre ellas, la inspiración espiritual no es secundaria, sino que se realiza y fortalece también a través de la contemplación de la Creación.
 
Este aspecto no es nuevo en la tradición filosófica y teológica cristiana, donde el estudio de la naturaleza también tenía como propósito la demostración de las huellas de Dios (vestigia Dei) en nuestro mundo. En las Collationes in Hexaemeron, san Buenaventura de Bagnoregio escribe: «El mundo entero es una sombra, un camino, una huella. Es el libro escrito desde fuera (Ezequiel 2,9), porque en cada criatura hay un reflejo del modelo divino, pero mezclado con oscuridad.
 
El mundo es, por tanto, un camino similar a la opacidad mezclada con luz; en este sentido, es un camino. Así como se ve cómo un rayo de luz que entra por una ventana se colorea según los diferentes colores de las distintas partes del cristal, el rayo divino se refleja de forma distinta en cada criatura y adquiere propiedades distintas». Esto también se aplica a la plasticidad de la enseñanza, calibrada según las diferentes características que, en cualquier caso, convergen en la belleza de la Creación y su protección. Y los proyectos educativos requieren «interdisciplinariedad y transdisciplinariedad ejercidas como sabiduría y creatividad».
 
7.2. Olvidar nuestra humanidad común ha generado fracturas y violencia; y cuando la tierra sufre, los pobres sufren aún más. La educación católica no puede permanecer en silencio: debe unir la justicia social y la justicia ambiental, promover la sobriedad y los estilos de vida sostenibles, formar conciencias capaces de elegir no solo lo conveniente, sino también lo correcto. Cada pequeño gesto —evitar el desperdicio, elegir responsablemente, defender el bien común— es alfabetización cultural y moral.
 
7.3. La responsabilidad ecológica no se limita a los datos técnicos. Son necesarios, pero no suficientes. Necesitamos una educación que involucre la mente, el corazón y las manos; nuevos hábitos, estilos de vida comunitarios, prácticas virtuosas. La paz no es la ausencia de conflicto: es una fuerza suave que rechaza la violencia. Una educación para la paz que sea «desarmada y desarmadora» nos enseña a deponer las armas de las palabras agresivas y la mirada crítica, para aprender el lenguaje de la misericordia y la justicia reconciliada.
 
 

8. Una Constelación Educativa
 
8.1. Hablo de "constelación" porque el mundo educativo católico es una red viva y plural: colegios y universidades parroquiales, universidades e instituciones de educación superior, centros de formación profesional, movimientos, plataformas digitales, iniciativas de aprendizaje-servicio y ministerios escolares, universitarios y culturales. Cada "estrella" tiene su propio brillo, pero juntos trazan un rumbo. Donde antes había rivalidad, hoy pedimos a las instituciones que converjan: la unidad es nuestra mayor fuerza profética.
 
8.2. Las diferencias metodológicas y estructurales no son cargas, sino recursos. La pluralidad de carismas, bien coordinada, crea un marco coherente y fructífero. En un mundo interconectado, el juego se juega en dos niveles: local y global. Necesitamos intercambios de profesores y estudiantes, proyectos conjuntos entre continentes, reconocimiento mutuo de las mejores prácticas y cooperación misionera y académica. El futuro nos exige aprender a colaborar más, a crecer juntos.
 
8.3. Las constelaciones reflejan su luz en un universo infinito. Como un caleidoscopio, sus colores se entrelazan, creando nuevas variaciones cromáticas. Esto es así en las instituciones educativas católicas, abiertas a la sociedad civil, las autoridades políticas y administrativas, así como a representantes de los sectores productivos y profesionales. Están llamadas a colaborar aún más activamente con ellas para compartir y mejorar los programas educativos, de modo que la teoría se sustente en la experiencia y la práctica.
 
La historia también enseña que nuestras instituciones acogen a estudiantes y familias no creyentes o pertenecientes a otras religiones, pero que anhelan una educación verdaderamente humana. Por ello, como ya ocurre, debemos seguir promoviendo comunidades educativas participativas, en las que laicos, líderes religiosos, familias y estudiantes compartan la responsabilidad de la misión educativa junto con instituciones públicas y privadas.
 
 
9. Navegando Nuevos Espacios
 
9.1. Hace sesenta años, Gravissimum Educationis inauguró una nueva era de confianza: impulsó la actualización de métodos y lenguajes. Hoy, esta confianza se mide por el entorno digital. Las tecnologías deben servir a la persona, no reemplazarla; deben enriquecer el proceso de aprendizaje, no empobrecer las relaciones y las comunidades. Una universidad y una escuela católicas sin visión corren el riesgo de una eficiencia sin alma, de la estandarización del conocimiento, lo que a su vez conduce al empobrecimiento espiritual.
 
9.2. Habitar estos espacios requiere creatividad pastoral: fortalecer la formación del profesorado, incluida la educación digital; potenciar la enseñanza activa; promover el aprendizaje-servicio y la ciudadanía responsable; evitar toda tecnofobia. Nuestra actitud hacia la tecnología nunca puede ser hostil, porque «el progreso tecnológico forma parte del plan de Dios para la creación». 

Pero requiere discernimiento respecto al diseño instruccional, la evaluación, las plataformas, la protección de datos y el acceso equitativo. En cualquier caso, ningún algoritmo puede sustituir lo que humaniza la educación: la poesía, la ironía, el amor, el arte, la imaginación, la alegría de descubrir e incluso aprender a equivocarnos como oportunidad de crecimiento.
 
9.3. Lo crucial no es la tecnología, sino cómo la usamos. La inteligencia artificial y los entornos digitales deben estar orientados a proteger la dignidad, la justicia y el trabajo; deben regirse por criterios de ética pública y participación; deben ir acompañados de una reflexión teológica y filosófica adecuada. Las universidades católicas tienen una tarea crucial: ofrecer una "diaconía de la cultura", menos cátedras y más mesas donde podamos sentarnos juntos, sin jerarquías innecesarias, para tocar las heridas de la historia y buscar, en el Espíritu, la sabiduría que nace de la vida de los pueblos.
 

10. La Estrella del Norte del Pacto Mundial por la Educación
 10.1. Entre las estrellas que guían nuestro camino se encuentra el Pacto Mundial por la Educación. Acojo con gratitud este legado profético que nos confió el Papa Francisco. Es una invitación a formar alianzas y redes para educar para la fraternidad universal

Sus siete caminos siguen siendo nuestro fundamento: centrar a la persona; escuchar a los niños, niñas y jóvenes; promover la dignidad y la plena participación de la mujer; reconocer a la familia como la primera educadora; abrirnos a la aceptación y la inclusión; renovar la economía y la política al servicio de la humanidad; proteger nuestra casa común. Estas "estrellas" han inspirado a escuelas, universidades y comunidades educativas de todo el mundo, generando procesos concretos de humanización.
 
10.2. Sesenta años después del Gravissimum Educationis y cinco años después del Pacto, la historia nos desafía con una nueva urgencia. Los cambios rápidos y profundos exponen a los niños, niñas, adolescentes y jóvenes a fragilidades sin precedentes. No basta con preservar: debemos revitalizar. Invito a todas las instituciones educativas a inaugurar una época que hable al corazón de las nuevas generaciones, conciliando conocimiento y sentido, competencia y responsabilidad, fe y vida. El Pacto forma parte de una Constelación Educativa Global más amplia: carismas e instituciones, aunque diversos, forman un diseño unificado y luminoso que guía nuestros pasos en la oscuridad del presente.
 
10.3. A las siete vías, añado tres prioridades. La primera se refiere a la vida interior: los jóvenes exigen profundidad; necesitan espacios de silencio, discernimiento y diálogo con la conciencia y con Dios. La segunda se refiere a la digitalidad humana: educamos en el uso racional de la tecnología y la IA, anteponiendo a la persona al algoritmo y armonizando la inteligencia técnica, emocional, social, espiritual y ecológica. La tercera se refiere a la paz desarmada y desarmada: educamos en lenguajes no violentos, en la reconciliación, en puentes, no en muros; «Bienaventurados los que trabajan por la paz» (Mateo 5,9) se convierte en el método y el contenido del aprendizaje.
 
10.4. Somos conscientes de que la red educativa católica posee una capilaridad única. Es una constelación que llega a todos los continentes, con especial presencia en zonas de bajos ingresos: una promesa concreta de movilidad educativa y justicia social. Esta constelación exige calidad y valentía: calidad en la planificación pedagógica, en la formación docente y en la gobernanza; valentía para garantizar el acceso a los más pobres, para apoyar a las familias vulnerables, para promover becas y políticas inclusivas.
 
La generosidad evangélica no es retórica: es un estilo de relación, un método y un objetivo. Donde el acceso a la educación sigue siendo un privilegio, la Iglesia debe abrir las puertas e inventar nuevas vías, porque "perder a los pobres" equivale a perder la escuela misma. Esto también aplica a las universidades: una perspectiva inclusiva y el cuidado del corazón evitan la estandarización; un espíritu de servicio revitaliza la imaginación y reaviva el amor.
 
11. Nuevos mapas de esperanza
 
11.1. En el sexagésimo aniversario del Gravissimum Educationis, la Iglesia celebra una fructífera historia de la educación, pero también se enfrenta al imperativo de actualizar sus propuestas a la luz de los signos de los tiempos. Las constelaciones educativas católicas son una imagen inspiradora de cómo la tradición y el futuro pueden entrelazarse sin contradicción: una tradición viva que se extiende hacia nuevas formas de presencia y servicio.
 
 Las constelaciones no pueden reducirse a conexiones neutrales y aplanadas de diversas experiencias. En lugar de cadenas, nos atrevemos a pensar en constelaciones, en su entrelazamiento, llenas de asombro y despertar. Contienen la capacidad de afrontar los desafíos con esperanza, pero también con una revisión valiente, sin perder la fidelidad al Evangelio. Somos conscientes de los desafíos: 

la hiper digitalización puede desestabilizar la atención; la crisis de las relaciones puede dañar la psique; la inseguridad social y la desigualdad pueden extinguir el deseo. Sin embargo, precisamente aquí, la educación católica puede ser un faro: no un refugio nostálgico, sino un laboratorio de discernimiento, innovación pedagógica y testimonio profético. Dibujar nuevos mapas de esperanza: esta es la urgencia del mandato.
 
 
11.2. Pido a las comunidades educativas: desarmen sus palabras, levanten la mirada, cuiden su corazón. Desarmen sus palabras, porque la educación no avanza con la polémica, sino con la mansedumbre que escucha. Levanten la mirada. Como dijo Dios a Abraham: «Mira al cielo y cuenta las estrellas» (Génesis 15,5): sepan preguntarse adónde van y por qué. Cuiden su corazón: la relación está por encima de la opinión, la persona por encima del programa. 

No desperdicien tiempo ni oportunidades: «para citar una expresión agustiniana: nuestro presente es una intuición, un tiempo que vivimos y que debemos aprovechar antes de que se nos escape de las manos». En conclusión, queridos hermanos y hermanas, hago mía la exhortación del apóstol Pablo: «Debéis brillar como estrellas en el mundo, aferrados a la Palabra de vida» (Filipenses 2,15-16).
 
11.3. Encomiendo este camino a la Virgen María, Sedes Sapientiae, y a todos los santos educadores. Pido a pastores, personas consagradas, laicos, líderes institucionales, docentes y estudiantes: sean servidores del mundo educativo, coreógrafos de la esperanza, buscadores incansables de sabiduría, creadores creíbles de expresiones de belleza. 

Menos etiquetas, más historias; menos oposiciones estériles, más sinfonía en el Espíritu. Entonces nuestra constelación no solo brillará, sino que guiará: hacia la verdad que nos libera (cf. Juan 8,32), hacia la fraternidad que consolida la justicia (cf. Mt 23,8), hacia la esperanza que no defrauda (cf. Romanos 5, 5).
Basílica de San Pedro, 27 de octubre de 2025
Vigilia del 60.º Aniversario
Fuente e Imágenes de Vatican. Va.