LA HUMILDAD NOS PERMITE SABER LO QUE SOMOS
Evangelio domingo 26 de octubre 2025
Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
“Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, Jesús dijo esta parábola: Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano.
El fariseo, de
pie, oraba así: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres,
que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como
ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis
entradas”.
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a
levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios
mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!” Les aseguro que este último volvió
a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se eleva será
humillado, y el que se humilla será elevado.” Lucas 18, 9-14
Existe un modelo de vida
cristiana que no es compatible con el querer de Dios, ni tiene relación con las
enseñanzas del Hijo de Dios. Dicho modelo es creer que se puede vivir una
religión desde la soberbia, la arrogancia, la vanidad o el creerse santo ante
los demás.
El santo Obispo de Hipona y
doctor de la Iglesia, decía que: la soberbia es un deseo de excelencia
desmedida. Quien es soberbio, odia ser igual a las demás personas y trata
de imponer su dominio. Con esa forma de ser y de actuar, lastima
portentosamente a los demás, a la sociedad, a la Iglesia, a la misma familia.
Viene muy válido el consejo bíblico: “No permitas que la soberbia domine nunca
sobre tus sentimientos ni sobre tus palabras.” (Tobías 4, 15).
El Papa Benedicto XVI enseñó que:
la soberbia "destruye todas las virtudes en su conjunto" y afecta
"no sólo a los mediocres y débiles, sino principalmente a quienes se
han colocado en lo alto con el uso de su fuerza". La "gran
tentación" de los soberbios, dijo, es querer "ser como Dios, árbitro
del bien y del mal" (cfr. Audiencia, 10 de abril, 2019).
El Papa Francisco nos propuso la
humildad como la virtud más grande de todas las virtudes. Decía el Santo Padre:
«La humildad es una virtud esencial para la vida espiritual». «A santa Teresa
de Lisieux, como a otros santos, le gustaba repetir que la humildad es la
verdad».
«Solo la humildad
es el camino que nos conduce a Dios y, al mismo tiempo, precisamente porque nos
conduce a Él, nos lleva también a lo esencial de la vida, a su significado más
verdadero, al motivo más fiable por el que la vida vale la pena ser vivida.».
(cfr. Audiencia, 22 de diciembre, 2021).
https://youtu.be/StHmK0z1Dg0
