Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos a
todos!
Queridos amigos, han venido como peregrinos de esperanza, y
el Jubileo es un tiempo de esperanza concreta, en el que nuestros corazones
pueden encontrar perdón y misericordia, para que todo pueda comenzar de nuevo. El
Jubileo también abre la puerta a la esperanza de una distribución diferente de
la riqueza, a la posibilidad de que la tierra sea de todos, porque en
realidad no es así. En este año, debemos elegir a quién serviremos: a la
justicia o a la injusticia, a Dios o al dinero.
Esperar es elegir. Esto significa al menos dos cosas.
La más obvia es que el mundo cambia si nosotros cambiamos. Por eso
peregrinamos; es una elección. Cruzamos la Puerta Santa para entrar en una
nueva era. El segundo significado es más profundo y sutil: esperar es elegir,
porque quien no elige, desespera. Una de las consecuencias más comunes de la
tristeza espiritual, es decir, la acedia, es no elegir nada. Entonces,
quienes la experimentan se ven dominados por una pereza interior peor que la
muerte. Esperar, sin embargo, es elegir.
Hoy quisiera recordar a una mujer que, con la gracia de
Dios, supo elegir. Una joven valiente y poco convencional: Clara de Asís. Y me
alegra hablar de ella en la festividad de San Francisco. Sabemos que Francisco,
al elegir la pobreza evangélica, tuvo que romper con su familia. Pero era
un hombre: hubo escándalo, pero fue leve. La elección de Clara fue aún más
sorprendente: ¡una muchacha que quería ser como Francisco, que quería vivir,
como mujer, libre como aquellos hermanos!
Clara comprendió lo que exige el Evangelio. Pero
incluso en una ciudad que se considera cristiana, el Evangelio, tomado en
serio, puede parecer una revolución. Entonces, como hoy, ¡debemos elegir! Clara
eligió, y esto nos da una gran esperanza. Vemos dos consecuencias de su
valentía al seguir ese deseo: la primera es que muchas otras jóvenes de la zona
encontraron la misma valentía y eligieron la pobreza de Jesús, la vida de las
Bienaventuranzas; la segunda consecuencia es que esa elección no fue efímera,
sino que perdura en el tiempo, hasta nosotros. La elección de Clara inspiró
decisiones vocacionales en todo el mundo y sigue haciéndolo hoy.
Jesús dice: no se puede servir a dos señores. Por
eso, la Iglesia es joven y atrae a los jóvenes. Clara de Asís nos recuerda que
el Evangelio atrae a los jóvenes. Sigue siendo cierto: a los jóvenes les gustan
las personas que han elegido y asumen las consecuencias de sus decisiones. Y
esto impulsa a otros a elegir. Es una santa imitación: no nos convertimos en
"fotocopias", sino que cada persona, al elegir el Evangelio, se
elige a sí misma. Se pierde y se encuentra. La experiencia demuestra que
así es.
Oremos, pues, por los jóvenes; y oremos para que seamos una
Iglesia que no sirva al dinero ni a sí misma, sino al Reino de Dios y a su
justicia. Una Iglesia que, como Santa Clara de Asís, tenga la valentía de
habitar la ciudad de otra manera. ¡Esto nos da esperanza! Fuente e Imagen de
Vatican. Va.